Este post debería haberse titulado “En LITW hemos lanzado una nueva web…y esperemos que sea la última”. Y no porque mi socia y yo tengamos ganas de jubilarnos, nos queda lejos por edad y no somos aficionados al autoengaño, sabemos que las pensiones son un animal de pronta extinción.
Hemos lanzado una web y creemos firmemente que será la última debido a la obsolescencia programada. Porque, como ya debéis haber notado (a no ser que tengáis el valor de vivir en una cueva), el entorno tecnológico y, por ende, una sociedad absolutamente dependiente de este tipo de innovación, está acelerando considerablemente el ritmo (público) de cambio.
La inteligencia artificial está avanzando día a día a golpe de titular, como lo hizo antes el blockchain, los metaversos o los NFTs. Pero al mismo tiempo, aquellos de nosotros que tenemos suficiente edad para recordarlo, sentimos, en este caso y no en los mencionados anteriormente, la misma punzada que nos dio la primera que vez que nos conectamos a internet en los 90. Sabíamos que algo había cambiado.
Una sensación que volvió a repetirse en 2007, cuando la velocidad de conexión aumentó, la potencia de los procesadores se incrementó y las pantallas táctiles irrumpieron acabando con las Blackberrys de la noche a la mañana. Todo ello dio paso a la expansión de las redes sociales, el streaming y los teléfonos inteligentes que generaron una hiperpresencia de la que inocentemente desconocíamos sus consecuencias. Quizás otro recuerdo que alimentará nuestra nostalgia, ‘I Miss my pre-internet brain’ reza la mítica frase de Douglas Coupland de su exposición/obra ‘everywhere is anywhere is anything is everything’.
Dieciséis años después, la IA a través de algunos nombres propios como Google Bard o ChatGPT, una tecnología conversacional que como ellos mismos definen “responde preguntas en contexto, admite sus errores, cuestiona premisas incorrectas y rechaza solicitudes inapropiadas” ha irrumpido en la plaza pública.
Y las IAs ya existían, exactamente desde el verano de 1956, cuando el Dartmouth Summer Research Project acuñó el término. Pero aunque Deep Blue ganó a Kasparov al ajedrez en 1997 y AlphaGo a Lee Sedol al Go en 2016, las IAs no habían alcanzado el punto de fetiche de mercancía (warenfetischismus), o no al menos a este nivel, donde en cuestión de meses han monopolizado los medios y los feeds de Instagram con el filtro tristón de Midjourney y se han erigido con la capacidad de "corregir y rechazar" e incluso de educar a tus hijos.
Porque antes, ¿recordáis el “antes”? Teníamos la certeza que había un colectivo de personas en Silicon Valley con sudaderas de GAP y pantalones chinos que decidían si “corregían y rechazaban” según el paradigma tecnológico, ya fuera a través de buscadores en la Web1 o de las redes sociales en la Web2. Pero cuando parte de este selecto grupo de metaempresarios anuncian que están a punto de perder el monopolio del control y escriben una carta abierta como “Pausemos los experimentos gigantes con IA’ en la que llegan a reconocer algo impensable hace unos años:
“¿Deberíamos arriesgarnos a perder el control de nuestra civilización? Tales decisiones no deben delegarse en líderes tecnológicos no electos. Los sistemas más potentes de IA deben desarrollarse solo una vez que estemos seguros de que sus efectos serán positivos y sus riesgos serán manejables”.
Es entonces, cuando deberíamos empezar a plantearnos qué quieren decir con ‘deberíamos’. ¿Somos parte de un mismo conjunto? Durante los años de la Web1 y la Web2 no hubo problemas éticos entre estos ‘líderes tecnológicos no electos,’ para manipular elecciones y referéndums, cambiar el concepto del comercio acostumbrando a la gente a recibirlo todo en casa gracias a una casta de neo-esclavos en bicicleta, expulsar poblaciones enteras del centro de las ciudades gracias al capitalismo de plataformas aplicado al turismo, hacer viable el poder compartir tu ubicación en tiempo real con sus corporaciones voluntariamente, crear algoritmos adictivos como el crack o bajar el nivel de atención del público hasta límites insospechados.
Es como estar observando la estantería de comercio justo del supermercado de tu barrio, ¿en qué se convierte ahora el resto del comercio del establecimiento? ¿Es que esa estantería está en una dimensión paralela?
Nos aleccionan con tono mitológico que se debe pausar el desarrollo de las IAs, y puede que sea una solución, pero se me antoja que es cómo meter un airbag usado de nuevo en el volante; no va a evitar la colisión. Recordemos que los firmantes de la receta eran los capitanes del Titanic hasta hace quince minutos.
Y es ahí donde, después de la ‘Web1 pasiva’ (consulto cosas), y la ‘Web2 activa’ (comparto cosas), la Web3 debe basar todo su potencial en la descentralización, más allá de la cadenas de bloques, que seguro que ayudarán, es una cuestión de concepto. ¿Nos vamos a contentar una vez más con escoger el sabor del helado o queremos decidir de una vez si queremos helado?
Seamos sinceros, nadie reconocerá el panorama tecnológico en breve, especialmente cuando el potencial de la IA y del IoT (Internet de las cosas) se alineen, y mucho menos en el campo de la comunicación.
El miedo más antiguo, el miedo al cambio, nos hace pensar que pasará lentamente, pero no será así. Será de golpe y “borraremos con el codo lo que escribimos con la mano”.
Thomas Kuhn, escribió en su reveladora obra “La estructura de las revoluciones científicas” en 1962, un libro absolutamente recomendable que tuve suerte de leer en el pasillo de casa de un amigo, quien tuvo a bien permitirme ocupar ese espacio durante unas horas y encima me sirvió un té:
«Los libros de texto son vehículos pedagógicos para la perpetuación de la ciencia normal, siempre que cambien el lenguaje, la estructura de problemas o las normas de la ciencia normal, tienen, íntegramente o en parte, que volver a escribirse. En resumen, deben volverse a escribir inmediatamente después de cada revolución científica y, una vez escritos de nuevo, inevitablemente disimulan no sólo el papel desempeñado sino también la existencia misma de las revoluciones que los produjeron. [Es] característico que los libros de texto de ciencia contengan sólo un poco de historia, ya sea en un capítulo de introducción o, con mayor frecuencia, en dispersas referencias a los grandes héroes de una época anterior. Por medio de esas referencias, tanto los estudiantes como los profesionales llegan a sentirse participantes de una extensa tradición histórica».
Lo dicho, ponemos números a la Web para reforzar un pseudo-tradicionalismo en la era de los semiconductores, pero el cambio por defecto no genera ninguna continuidad, por mucho que le pongamos números, ni en las monarquías ni en los iPhones.
Desde LITW hemos dejado de llamarnos agencia, nos estamos quitando la manía de utilizar la palabra ‘contenido’ y nos gustaría correr desnudos por las universidades y oficinas gritando, ‘paraos a pensar, porque estáis bailando valses y se viene una era de footwork’.
La independencia, ese sueño fallido de los noventa, podría llegar a estar aquí una vez más. Proyectos que reciben a sus clientes en sus propias redes P2P, clientes que deciden que debe hacer la empresa, no por lo que les cuenten en las juntas o por mero virtuosismo de cara a la plaza pública, sino porque pueden exigir resultados vía blockchain, sistemas comunicativos desregulados por empresas que monopolizan los gustos y afectos, aplicaciones de código abierto que permitan a cualquiera caminar sobre hombros de gigantes, el sueño de una estructura descentralizada, en la que la creatividad humana apoyada en la tecnología dé sentido a un cambio que nos guste o no, es imparable.
Mientras tanto, sed bienvenidos a nuestra nueva web.